esta es mi vida en bogotá, la ciudad de siempre

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jueves, 1 de marzo de 2012

Madrid: la nueva ciudad de siempre


[Octubre - Diciembre 2011]  Llegué a Madrid un sábado en la tarde. No hubo requisas en el aeropuerto. El consulado español ni siquiera tuvo la gentileza de darme unos cuantos días para instalarme antes de comenzar el máster, así que ya el lunes tuve que ir a la Facultad a clases y a la vez comenzar a buscar dónde vivir. Todo era nuevo y resultaba emocionante. Empecé a conocer la ciudad yendo a exposiciones y buscando cuarto. Habitaciones tristes de 300 euros. Finalmente alquilé, extrañamente fácil, un piso por 600e con tres habitaciones, en Puente de Vallecas un lugar no tan central, no tan lejano. Me mudé con otro colombiano, Santiago Mejía,  que vino a hacer el mismo máster, y empezamos a buscar una compañera de piso hasta que apreció Yun, una chica china.  La ciudad era gigante con mucho movimiento y yo sólo podía intuirla, conociéndola por rincones, por instantes.  Era otoño y el clima era perfecto, cielo despejado y luz hasta las 8 de la noche. Lo malo es que todo me parecía muy caro. Mi mente seguía funcionando en pesos colombianos y multiplicaba todos los precios por 2.600. Bueno, en el supermercado estaba aguantable, y comer en la calle resultaba muy caro pero a la vez inevitable.
La ciudad empezó a revelarse ante mí, a mostrarse día tras día, en cada calle desconocida, cada bar, parque, espacios y espacios nuevos, poco a poco. Pronto aparecieron los centros culturales, los museos y algunas galerías. Había mucho por ver y yo revisando a cada rato el mapa del metro y perdido en una esquina preguntando por alguna calle. Así también apareció La Tabacalera, un centro social cultural autogestionado, en el espacio de una vieja fábrica de tabaco cedida por el Ministerio de Cultura, inmensa, única en su especie. El sueño de todo gestor cultural. 
Antes de venir a España creía que llegaría a un país racista y en crisis, pero lo que  encontré fue gente muy abierta, con mucha iniciativa, con ganas de generar cosas. Iba por ahí conociendo gente en todo lugar, hablando con desconocidos en la calle, comprendiendo la ciudad a través de cada conversación. En poco tiempo ya estaba vinculado a varios proyectos. La crisis era una palabra que se repetía en las calles y en los medios pero yo no la veía. Los bares y los restaurantes estaban abarrotados de gente, los precios altos, la gente cumpliendo con su rutina tranquilamente. Viniendo de un país como Colombia donde la crisis es constante y por eso no se nombra, esto no era una crisis. También veía poco de ese movimiento social gigantesco y casi mítico, el 15M. El país estaba calmado, otros más bien resignados, aceptando unas nuevas elecciones, que todos sabían, ganaría la derecha. Hablando con la gente entonces sí me contaban historias de desempleo y de cómo el pasado fue mejor, sobre recortes y sobre el dinero público que ya no había. También encontraba tragedias individuales de personas acostumbradas a la buena vida y que de repente se quedaban sin trabajo con hipotecas por pagar.
Ya me habían dicho que las maestrías en España no eran muy buenas, pero igual yo venía con muchas expectativas, además que por fin iba a estudiar artes, pero resultó que el máster me decepcionó al comienzo, especialmente cuando nos dijeron que los no tendríamos un espacio de trabajo. Algunas clases resultaban bastante aburridas para ser de una facultad de artes. Pocas eran realmente interesantes. Después de varias semanas me daba cuenta que no estaba aprendiendo tanto. Creativamente me sentía estancado.  Nos proponían trabajos prácticos que debíamos realizar por nuestra cuenta pero que lejos de interesarme se quedaban olvidados tras tantas cosas por hacer en la ciudad. Por otra parte me encontré con una facultad donde había bastante por hacer. Talleres, charlas, grupos, me metí a teatro y a cuanto evento aparecía, empecé a asistir a clase de fotografía y de escultura en pequeño formato del curso de grado, que resultaban mucho más reveladoras. El máster había sido la excusa para venir a España pero era poco para lo que estaba encontrando en la Facultad y sobre todo en la ciudad.

Nunca había estado en una ciudad donde caminara por la calle viendo tantos chicos guapos. Además todos parecían gays. Chicos de barba, ojos grandes, altos, y aunque no me sentía muy observado por ellos ya esperaba que algo sucediera. Fui encontrando una onda queer alternativa muy atrayente, espacios, grupos, fiestas, alejados de ese estereotipo del gay tradicional que nunca me ha gustado. Pasaron los días y poco sucedía. Sentía que los chicos no buscaban abiertamente sino que esperaban a que la vida nos uniera, así, casualmente. Conocí un par de chicos en algunas fiestas, historias que pensé que durarían más pero que se quedaron allí entre palabras mal dichas. Los sentía complicados y de repente yo queriendo más de la cuenta. Me hice un perfil en la página de contacto gay más popular de España y comencé a navegar hacia la promesa de encuentros con esos chicos guapos que veía por la calle. Citas que terminaban es sus apartamentos, otras citas fallidas, hombres que fueron pasando y que no fueron más que anécdotas, unas más excitantes que otras.  
También comenzó el invierno y la ciudad se puso fría, no dramáticamente, pero ese frío que cansa por su persistencia, cuando sales de algún lugar y ya las manos duelen y los pies se congelan aunque uses dos pares de calcetines. Así, bien abrigado salía por esa nueva ciudad a la que había venido a vivir. Estaba muy contento de cambiar mi vida, de comenzar de nuevo en un lugar donde era un desconocido, estaba contento de ser extranjero, de descubrir un nuevo continente, de aprender, de vivir como si estuviera de viaje.  Madrid, la nueva ciudad de siempre. 

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